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Sobre los ministerios en la comunidad

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En la programación de temas que expusimos cada una de las hermanas a la comunidad, os transcribimos la aportación de la hermana Rocío.

«LOS MINISTERIOS EN LA COMUNIDAD»

 Mi reflexión tiene como punto de partida el libro que utilizo como manual de estudio sobre el matrimonio y el sacerdocio. De ahí que titule mi exposición con el mismo título del libro:   Los ministerios en la comunidad.
El libro trata de los diversos ministerios que hay en la Iglesia, es decir, no sólo el ministerio ordenado de sacerdotes y obispos, sino también de muchos otros servicios y ministerios litúrgicos, de entre los cuales, sólo tres se reconocen como ‘instituidos’ (lector, acólito, y ministro extraordinario de la comunión), pero la lista de servicios se multiplica, siendo todos valiosos y necesarios para la edificación de la comunidad eclesial.
El autor se detiene en cada uno de estos ministerios, y una cae en la cuenta de que la Iglesia la formamos entre muchos. La Iglesia es un ser vivo, desde su institución va desarrollándose, abriéndose a nuevas expectativas y necesidades.
La cuestión de fondo es: Cuál debe ser el camino a seguir en la Iglesia, para responder a tantos frentes que constantemente van surgiendo en la vida de la Iglesia. Y da en un ‘talón de Aquiles’ o punto débil de la Iglesia, que es el siguiente:
¿No será necesario superar un modelo de Iglesia al que estamos acostumbradas? Este modelo, que introduciré a continuación, se ha vuelto discutible, como consecuencia de la sequía de vocaciones al sacerdocio que atraviesa la Iglesia.
No es como en el mundo, que las nuevas tecnologías sustituyen a los trabajadores y, finalmente, resulta que no hay empleo pues el trabajo lo hacen las máquinas. En la Iglesia, escasean los sacerdotes, sin embargo se agolpan las necesidades pastorales.
Hablamos de nueva evangelización, hablamos de conversión, de inculturación de la fe, etc. ¿Cómo hacerlo sin sacerdotes? Sobre todo, cómo hacerlo cuando, según el modelo de Iglesia que parece haber quedado obsoleto, prácticamente todo está centralizado en la persona del sacerdote.

 Si nos atenemos a dos posibles eclesiologías (entiendo por eclesiología, todo tratado sobre la naturaleza de la Iglesia, su esencia, su estructura, su fin, y todo lo relativo a ella), tenemos la siguiente subdivisión:
-  Una eclesiología llamada jerárquica- institucional: centrada en el poder sagrado, ocupada sobre todo en la defensa de la institución.
-  La otra, reconocida con el nombre de comunitaria- carismática: basada en el servicio fraterno para la edificación de una comunidad responsable.

 Lo primero que medité al leer sobre esto es que es urgente -y ya se está dando-, una reflexión sobre qué concepción tenemos de qué es la Iglesia. Se ha suscitado la crisis (un parón para discernir), cuando la Iglesia ha visto desbordada sus posibilidades, las posibilidades de sus ministros ordenados, e instituidos, quienes ya no pueden seguir, por más tiempo, acaparando servicios.

 Se está pasando de una Iglesia de ministros a una Iglesia de ministerios, donde el bien de la comunidad se siente como propio, por todos los miembros; donde se comparten tareas y responsabilidades; donde se busca la unidad desde la diversidad; donde la Iglesia se percibe como toda ella diferenciadamente ministerial.

 Mientras meditaba esta reflexión a nivel de Iglesia universal, trasladé las cuestiones a mi realidad, como miembro vivo de la Iglesia, aunque cada una de nosotras seamos tan sólo una simple piedrecilla de esta pequeña comunidad eclesial, que es la comunidad monástica.
Pensando en cómo se habían vivido los ministerios en las primeras comunidades cristianas, y la posterior evolución hacia una concepción tan jerárquica y centralizada en los ministros, vi que en el problema podrían haber influido- más de lo conveniente- los factores humanos: nuestras ideas, nuestra visión de las cosas, cómo las entendemos....

  Pensé en ese momento algo que he ido intuyendo en mi vida monástica de alternancia de oración, estudio y trabajo:
que una persona se vive según se piensa
.

 En este caso, veo que el cristiano puede vivir la Iglesia, puede vivir de la Iglesia, puede vivir en la Iglesia, etcétera. Lo que os decía, una persona la vive según la entienda. Por ejemplo, si veo y comprendo a la Iglesia como institución sagrada, puede que me quede en darle un tratamiento más burocrático que fraterno.
Entonces, me dije: «Una monja cisterciense, como yo, me vivo y vivo en mi comunidad, según lo que yo entienda por comunidad, según el concepto de lo que es para mí una comunidad».
Llegada a esta crisis (que como dije es valiosa para cuestionarme, para ponerme en tela de juicio y no conformarme con medias tintas), providencialmente me topé con unas líneas que sacudieron mi conciencia, con las siguientes palabras:

 «Ni rechazar el carácter jerárquico de la Iglesia», en pro de, a favor de un igualitarismo, a lo que puede llegarse si nos obsesionamos con que no hay curas y nos dejamos confundir con que todos valemos para todo; ni insistir tan abusivamente del honor y dignidad del sacerdote, que vaya en detrimento del laico, cuyo único papel sería el de obedecer al sacerdote, considerado éste como un super cristiano.

Anularíamos así el ministerio de Cristo y del Espíritu, por la exclusiva dependencia del fiel cristiano al ministro. Pero recordemos que Cristo y el Espíritu Santo están siempre por encima.
Concluía diciendo algo así como que todos somos fieles cristianos, y la autoridad no está reñida con una «mutua obediencia».

 ¿«Mutua obediencia»?Ahí se me encendió la bombilla. Instantáneamente me vino a la cabeza el capítulo setenta y dos de la regla de san Benito. RB 72
« ¡Dios mío!- me dije- voy a preguntarle a san Benito, cómo debo entender mi ‘ecclesiola’», esta pequeña Iglesia que es mi comunidad, para vivirla según el Espíritu, no según el mundo que, en vez de buscar su seguridad en Cristo, la busca en las normas, jerarquías y honores.

 En síntesis, el capítulo setenta y dos de la regla de san Benito es reconocido como el testamento espiritual de san Benito. De forma concisa, breve, ofrece ocho máximas que contienen la cristalización de lo que él ha vivido y entendido como la ciencia de la perfección monástica, a saber: tener un buen manejo de las relaciones fraternas.
De estas ocho máximas, cinco tienen una clara dimensión horizontal, pues se refieren al amor fraterno y sus diferentes modalidades; las tres últimas aluden a la dimensión vertical, es decir, al amor a Dios, a la abadesa y a Cristo.

Benito nos refiere la terna que corona el amor fraterno (Dios, abadesa, Cristo), pero ambas dimensiones (vertical y horizontal de las relaciones) van unidas.

Sobre los ministerios o servicios que deben prestarse unos a otros, sin distinción, dice:
«Se anticiparán unos a otros en las señales de honor».

Cita que toma de la carta a los romanos (Rm 12,10), donde literalmente la Biblia recoge:
«Amándoos cordialmente los unos a los otros; estimando en más los unos a los otros». Y sigue: «con un celo sin negligencia; con espíritu fervoroso; sirviendo al Señor…».

 Queridas hermanas, esta es la reflexión que suscitó el Espíritu en mi interior, cuando leí que la Iglesia debe ser entendida como Iglesia de ministerios, y que ha de purificarse del recurso o excesivo apoyo, heredado históricamente, a hacer hincapié en honores y poderes eclesiales.



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