Monasterio Cisterciense Santa María la Real de Villamayor de los Montes -Burgos, España-

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SAN BERNARDO- SERMÓN 11

SOBRE EL CANTAR DE LOS CANTARES

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Vemos que para diferentes calendarios y lecturas que se editan, en el 20 de Agosto consta la memoria de san Bernardo como abad. Nosotras, desde estas líneas os ampliamos ese dato, diciéndoos además que es doctor de la Iglesia, con lo cual nos ha dejado un rico patrimonio espiritual.

Es venerado por todos los cistercienses como padre espiritual, desde los primeros momentos de la Institución cisterciense. Un rasgo personal que reflejan sus escritos es su deseo de elevar el tono espiritual de sus hermanos de comunidad. Recuerda lo que más tarde vivió santo Domingo de Guzmán, que exhortaba a sus hermanos con aquello de ‘dar a contemplar lo contemplado’. Eso mismo rezuman las palabras de san Bernardo.

 En este compartir espiritual nos detenemos en sus Sermones sobre el Cantar de los cantares.cierva

En ellos le vemos personificando a la esposa, quien no descansa- por muy adelantada que esté en la fruición del amor del esposo- animando a las doncellas que le siguen en cortejo nupcial de lejos, por su debilidad. San Bernardo comunica el gozo que experimenta, con el único objeto de que el resto de sus hermanos de comunidad se congratulen con ella (la esposa) y esperen confiados que también accederán al mismo favor que alcanzó su madre (cf. Ser 23)

Bernardo tenía claro su papel de padre/madre espiritual. Desde esta conciencia enfoca todos sus sermones. Asume el rol familiar con vehemencia. Comienza cada sermón ganándose al auditorio con la ternura de un padre, y lo acaba despidiéndose al modo como lo haría una madre gestante.

El Sermón 11, en el que nos vamos a centrar en esta ocasión, acaba con estas líneas- para que os hagáis una idea de lo dicho-:

 «Ayudadme con vuestra oración, para que pueda exponeros dignamente lo que convenga a las delicias de la esposa (su comunidad o pequeña Ecclesiola) y fomente en vuestras almas el amor del Esposo, Jesucristo, Señor nuestro.»
Todo un PADRAZO ¿verdad?

 ¿Qué vamos a destacar de dicho Sermón?

Podríamos deciros muchas cosas, pero entonces bastaría con pasaros el texto original y dejároslo a vuestra elección.
El texto, en efecto, lo transcribimos al final de este compartir, para que cada uno, leyéndolo, extraiga su propia enseñanza.

 Además, nosotras os proponemos algo a partir de nuestra meditación:

Sabemos que en el Libro del Cantar de los cantares se desarrolla una relación amorosa de forma progresiva, entre un hombre y una mujer. En el fondo, a medida que profundizamos en nuestra relación con Dios, vamos entrando en el sentido espiritual del relato (tanto más espiritual cuanto más carnal parece ser la imagen empleada)

San Bernardo va a ir ayudando a sus oyentes en esta progresión del ámbito exterior al más íntimo, al puramente espiritual.
Él sigue el curso natural de este fluido espiritual que- pasando por los sentidos (olfato, oído, vista, gusto, tacto)- provoca unos sentimientos, madurando en afectos, para finalmente desembocar en el paso del cuerpo al alma.
Es más sencillo de lo que parece lo que quiere expresar con sus palabras.

Pasamos a situaros en el contexto del Sermón 11.

San Bernardo está adoctrinando a sus hermanos acerca del perfume que destila la novia con su amado. Este es uno de los tantos perfumes y aromas que fluyen entre ellos.

En concreto el texto sagrado dice:
«Mientras el rey se halla en su diván,
mi nardo exhala su fragancia.
Bolsita de mirra es mi amado para mí,
que reposa entre mis pechos
» (Ct 1,12-13)

 Si el Sermón 10 lo dedica a hablar de una clase de perfume que elabora la amada por medio de la contrición que abarca toda clase de pecados, en el Sermón 11 prosigue con otro perfume hecho a base de la devoción que suscita en ella, el ir acopiando en sí todos los beneficios que del novio va recibiendo.
En el Sermón 10, el santo abad les enseña que es bueno humillarse, es decir, situarse en el lugar que a la esposa le toca como criatura indigente y necesitada que es, ante su Dios, que sabe apreciar como nadie un corazón quebrantado y humillado (Sal 50).

«Cuanto más se humille con el recuerdo de sus pecado, será menos vil a los ojos de Dios» (Ser 10,5)

Esta enseñanza que se corresponde con la elaboración de un primer perfume agradable al esposo, la va a continuar con la descripción de uno segundo mucho más superior al primero.
El Sermón 11 lo dedica a este segundo. Como podéis leer vosotros mismos en el texto original, san Bernardo lo define desde el principio del Sermón:
«…cuánto deseo que todos vosotros exhaléis esa sagrada unción que recoge los beneficios de Dios en la gozosa gratitud de la santa devoción.

El segundo perfume lo destila quien vive en continua acción de gracias.

Para nosotras, monjas, es evidente lo que dice la Escritura: «Dichosos los que viven en tu casa, Señor, alabándote siempre» del salmo 83, que san Bernardo trae a colación.
Entre otras cosas, porque nos vamos quitando estorbos, nos distanciamos de las cosas, del orden material y vivimos dedicando nuestros cinco sentidos a percibir los extremos bienes de orden espiritual con que Dios nos colma, personal y comunitariamente hablando.

Es preciso empezar elaborando el primer perfume de la contrición por nuestro alejamiento de Dios y de las hermanas, pero no podemos quedarnos ahí.

Hay que pasar a acoger el perdón de Dios, respirar la paz que se deriva de sentirse reconciliada con Dios y con las hermanas, cicatrizar heridas que el pecado deja en cuerpo y alma.

Esa actitud es la más sana, la de la persona que se siente salvada, la de la persona que corresponde con la alabanza y la gloria a Dios en respuesta a la justicia recibida.
Lo que nuestro habitat monástico nos ayuda en gran medida es a percibir los beneficios divinos no sólo con el cuerpo. De repente, después de perseverar en los medios exteriores que la vida monástica nos ofrece- por ejemplo en la celebración litúrgica-: su belleza que entra por los sentidos a través de los signos, del incienso, de la iluminación, de la música, se transforman por gracia en elementos inteligibles no sólo para el cuerpo, también para el alma.

Recordad: sentidos, sentimientos, afectos… el progreso que mencionamos al principio.
Los afectos entran en el alma y puede Dios generar en nosotras una 'fuerza motriz' que nos lleva a unirnos con él.

 San Bernardo habla de un trío en el alma- razón, voluntad, memoria- (él la nombra ‘trinidad’ en minúscula y la relaciona con la Trinidad en mayúscula, jugando con las palabras) cf.Ser 11,5

 Este es el toque que nos advierte del paso al orden espiritual. Por poner un ejemplo, ya no nos quedamos en la afinación de las notas musicales, sino que penetradas hasta el alma, en el texto que cantamos reconocemos «La voz del amado» (Ct 2,1), el incienso nos habla de la presencia divina, etcétera.

El Espíritu guía nuestra memoria, razón y voluntad para percibirle, de ahí le conozcamos y del conocimiento pasemos al Amor.

Imaginaos vivir todo esto con actitud agradecida, saborear el cuidado del amado por cada una de nosotras, que él está con nosotras y que colaboramos con él, siendo sacramento de su presencia en el mundo.
Con razón acaba el Sermón diciéndonos que conociendo tantos beneficios recibidos de Dios «le ahorraba al hombre toda ocasión de incurrir en el pésimo y abominable crimen de la ingratitud».

          Tras leer este ‘fragmento’ de sus abundantes escritos, nos gozamos con esta invitación a elaborar este perfume que es la acción de gracias

 ¡Y estáis todos invitados a lo mismo!

A continuación os mostramos el texto original de san Bernardo:

SERMON 11  I.    EXHORTACION A LA ACCION DE GRACIAS.—II. LA MATERIA PRINCIPAL DE LA ACCION DE GRACIAS ES EL MODO Y EL FRUTO DE LA REDENCION.—III. EL FRUTO DE LA REDENCION CONSISTE EN TRES COSAS.—IV. EL MODO DE LA REDENCION CONSISTE EN OTRAS TRES.

1. Al terminar el sermón anterior os dije, y no me pesa repetirlo, cuánto deseo que todos vosotros exhaléis esa sagrada unción que recoge los beneficios de Dios en la gozosa gratitud de la santa devoción. Esto es muy saludable; tanto porque ali­via las penas de la vida presente, al volverse más tolerables cuando vivimos la alegría de la alabanza de Dios, cuanto porque nada anticipa tanto aquí en la tierra la paz de los conciuda­danos del cielo como alabar a Dios con vivo entusiasmo. Así lo dice la Escritura: Dichosos los que viven en tu casa, Señor, alabándote siempre. Pienso que a este perfume se refiere prin­cipalmente el Profeta cuando dice: Ved qué dulzura, qué deli­cia, convivir los hermanos unidos. Es ungüento precioso en la cabeza. Pero esto no guarda relación con el primer perfume. Aquél es bueno pero no agradable, pues el recuerdo de los pecados deja amargura y no engendra alegría. Además los que lloran sus pecados no viven juntos, ya que cada uno llora y deplora sus pecados personales. Mas los que viven en acción de gracias, sólo miran a .Dios que atrae toda su atención, y por eso conviven realmente entre sí. Su actitud es buena, porque toda la gloria se la dan al Señor, a quien corresponde en justi­cia, y además es muy agradable por el gozo que reporta.

2. Así pues, amigos míos, os exhorto a que intentéis salir del molesto y angustioso recuerdo de vuestros pecados y ca­minéis por las sendas más cómodas del recuerdo sereno de los beneficios de Dios. De este modo, contemplándole a él, os aliviaréis de vuestra propia confusión. Mi deseo es que experimentéis el consejo del santo Profeta, cuando dice: Sea el Señor tu delicia y él te dará lo que pide tu corazón. Ciertamente es necesario el dolor de los pecados, pero no continuo. Hay que variarlo con el recuerdo más agradable de la ternura divina, no sea que la tristeza endurezca el corazón y acabe en desesperación. Añadamos algo de miel al ajenjo; la amargura será salu­dable y redundará en salvación sólo cuando pueda beberse suavizada con la dulzura introducida.

Escucha finalmente a Dios: él mitiga el sinsabor del cora­zón quebrantado, sacando al abatido del abismo de la desespe­ración, consolando al afligido con la miel de sus promesas y animando al desalentado. Lo dice por el Profeta: Moderaré tus labios con mi alabanza para no aniquilarte. Es decir: «Para que no caigas en una tristeza extrema al contemplar tus malda­des, para que desesperado no caigas como si te arrojara un caballo desbocado, porque perecerías, yo te contengo con el bocado de la brida, saldrá al paso mi indulgencia, te reconfor­taré con mis alabanzas. Tú que te ofuscas con tus males, senti­rás alivio en mis bienes y descubrirás que es mayor mi benig­nidad que todas tus culpas».

Si Caín hubiese sido detenido con ese freno nunca habría dicho en su desesperación: Mi culpa es muy grave y no merez­co el perdón. No, de ningún modo. Es mayor su ternura que cualquier iniquidad. Por eso el justo no se acusa incesantemen­te; sólo cuando comienza a hablar. E incluso al terminar con­cluye alabando a Dios. Ved, efectivamente, qué orden sigue: He examinado mis caminos, para enderezar mis pies a tus pre­ceptos. Encuentra primero el dolor de la contrición y de la desdicha en sus propios caminos, para gozar después en la sen­da de los preceptos de Dios, como si fuesen toda su riqueza.

Vosotros también, a ejemplo del justo, cuando os sintáis humillados, recordad igualmente la bondad del Señor. Así po­déis leer en el libro de la Sabiduría: Creed que el Señor es bueno y buscadlo con un corazón sencillo. El recuerdo frecuente e incluso habitual de la generosidad de Dios induce fácilmente al espíritu a pensar así. De otra manera, no sería posible cumplir lo que dice el Apóstol: Dad gracias en toda circunstancia, si se ausentasen del corazón los motivos de la gratitud. No quisiera echaros a cuestas aquella afrenta de los judíos con que los acusa la Escritura: que olvidaron las obras de Dios y las maravillas que les había mostrado.

 3. Pero jamás hombre alguno será capaz de traer a la memoria y recoger todos los bienes que el Señor piadoso y clemente derrama sin cesar sobre los mortales: ¿Quién podrá contar las hazañas de Dios, pregonar toda su alabanza? Que al menos los redimidos nunca olvidemos su obra primordial y más sublime, la de nuestra redención. A este propósito trataré de inculcaros de manera especial, y lo más sucintamente que pueda, dos cosas que ahora se me ocurren, acordándome de aquella sentencia: Instruye al docto y será más docto.

Se trata del modo cómo realizó la redención y del fruto que con ella consiguió. ¿El modo? El anonadamiento de Dios. ¿El fruto? Nuestra divinización. Meditar en lo primero es sembrar la santa esperanza; en lo segundo, incitar el amor su­premo. Necesitamos las dos cosas para avanzar en el espíritu: la esperanza sin amor sería servir por un salario; el amor se enfriaría si creyésemos que es infructuoso.

 4. Nosotros esperamos de nuestro amor el fruto que nos prometió aquel a quien amamos: Una medida generosa, colma­da, remecida, rebosante. A mi entender, una medida sin medida.

Pero me gustaría saber de qué será esa medida, o mejor esa inmensidad que se nos promete: Jamás ojo vio un Dios fuera de ti que preparase tantas cosas para los que le aman. Tú que lo preparas, dinos qué nos preparas. Nosotros creemos y confiamos de verdad, tal como lo prometes, que nos saciaremos de los bienes de tu casa. Pero ¿cuáles son estos bie­nes? ¿Consistirán acaso en trigo, vino y aceite, oro y plata o piedras preciosas? Todo eso ya lo hemos conocido, lo hemos visto y lo vemos, pero lo desechamos. Buscamos lo que ni ojo vio, ni oído oyó, ni hombre alguno ha imaginado. Eso es lo que nos complace, lo que saboreamos y nos deleita buscar, sea lo que fuere. Todos serán discípulos de Dios y él será todo para todos. En definitiva, la plenitud que esperamos de Dios no será sino el mismo Dios.

 5. ¿Quién podrá vislumbrar toda la dulzura que encierran estas cuatro palabras: Dios será todo para todos? Prescindien­do del cuerpo, percibo claramente en el alma la razón, la vo­luntad y la memoria: las tres constituyen su esencia. Todo el que vive guiado por el espíritu, sabe cuánto les falta para ser completas y perfectas estas tres facultades, mientras vivimos en este mundo. ¿No será porque Dios no es todavía todo para rodos? De aquí se deriva que la razón se engañe en sus juicios con tanta frecuencia, que la voluntad se vea sacudida por cuatro desórdenes, y que la memoria se desconcierte por sus mu­chos olvidos. La noble criatura se ve doblegada con este triple fracaso, no por gusto, aunque abriga una esperanza. Pues el que sacia de bienes todos los anhelos, será plenitud luminosa para la razón, torrente de paz para la voluntad, presencia eter­na para la memoria. ¡Oh amor, verdad, eternidad! ¡Santa feliz Trinidad! Por ti suspira desde su desgracia esta mi trini­dad, desgraciada por su infeliz destierro lejos de ti. ¡Con cuán­tos errores, sufrimientos y miedos se enredó por separarse de ti! ¡Ay de mí! ¡Cómo hemos trastocado esta trinidad contra la tuya! Siento palpitar mi corazón, y me duele mi ser; me abandonan las fuerzas, y me estremezco; me falta hasta la luz de los ojos, y caigo en el horror. ¡ Ay, trinidad de mi alma, te expatriaste al pecar y mira ahora tu gran desemejanza con la Trinidad!

 6. ¿Mas por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas? Espera en Dios, que volverás a alabarlo cuando se aleje de la razón el error, de la voluntad el sufrimiento, de la memo­ria todo temor, y les revele lo que esperamos: una maravillosa serenidad, una dulzura absoluta, una seguridad eterna. Lo pri­mero será obra del Dios verdad, lo segundo del Dios amor y lo tercero del Dios omnipotencia. Así será Dios todo para to­dos, cuando la razón reciba la luz inextinguible, cuando la voluntad llegue a la paz imperturbable, cuando la memoria se acerque para siempre a la fuente inagotable.

Vosotros mismos sabéis asignar lo primero al Hijo, lo se­gundo al Espíritu Santo, lo tercero al Padre. Pero lo haréis sin sustraer nada de ello al Padre, o al Hijo, o al Espíritu Santo, de modo que la distinción de personas no menoscabe la plenitud, ni la perfección recaiga en detrimento de la propiedad. Consi­derad también si los que pertenecen a este mundo son capaces de experimentar algo semejante en los placeres de la carne, en los espectáculos mundanos y en las ostentaciones de Satanás; pues como dice Juan, así engaña esta vida a sus desgraciados secuaces: Todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y jactancia de los bienes terre­nos. Esto a propósito de los frutos de la redención.cruz

 7. Si recordáis el modo de llevarla a cabo, dijimos que fue el anonadamiento de Dios; y os recomiendo que conside­réis otros tres aspectos. Aquel anonadamiento no fue algo tri­vial o insignificante; porque se vació de sí mismo hasta asumir la carne, la muerte, la cruz. ¿Quién ponderará suficientemente toda la humillación, la bondad y la condescendencia que supu­so el hecho de que el Señor soberano se revistiera de la carne, fuera condenado a muerte e infamado con la cruz? Dirá algu­no: « ¿ no pudo el Creador reparar su obra sin tanta complicación?» Claro que pudo; pero prefirió su propia afrenta. Así le ahorraba al hombre toda ocasión de incurrir en el pésimo y abominable crimen de la ingratitud. Asumió muchos sufrimientos que le inducirían al hombre a un gran amor. Y las dificultades de la redención le incitarían a darle gracias, cuando la facilidad de su creación le inspirase una devoción muy poco agradecida.
¿Cómo reacciona el corazón ingrato ante su creación? «Sí: he sido creado por puro amor, pero sin trabajo alguno de mi creador. Sencillamente, lo mandó y salí creado como el resto de la creación. Es muy valiosa. ¿Pero qué dificultad entraña un favor que sólo cuesta pronunciar una palabra?» Así desvirtúa la impiedad del hombre este beneficio de la creación, para justificar su ingratitud. Pretexta excusas para sus pecados, cuando debía haber sido un gran motivo de amor. Pero quedó tapada la boca de los que hablan inicuamente.

Es obvio como la luz del día cuánto le costó, hombre, tu salvación: pasar de Señor a siervo, de rico a pobre, de Verbo a hombre, de Hijo de Dios a hijo del hombre. No olvides nunca que te creó de la nada, pero no te redimió de la nada. En seis días lo creó todo y a ti entre todcrearo lo creado. Mas tu salvación la consumó a lo largo de treinta años en este mundo. ¡Cuánto sufrimiento hubo de soportar! A los dolores de su cuerpo y a las tentaciones del enemigo ¿no se añadieron y acumularon la ignominia de la cruz y el horror de la muerte? Forzosamente. Así, así salvaste, Señor, a hombres y animales, y así derrochaste tu misericordia, oh Dios.descenso

 8. Meditadlo y deteneos en ello. Respire estos perfumes vuestro corazón, tanto tiempo ahogado con la fetidez del pe­cado, y gozad estos aromas tan delicados como saludables. Mas no creáis que poseéis ya aquella excelente fragancia tan elogiada de los pechos de la esposa. La premura por acabar en seguida este sermón me impide detenerme ahora en este tema. Retened en vuestra memoria lo dicho sobre los otros perfumes y probadlo en vuestra vida. Ayudadme con vuestra oración, para que pueda exponeros dignamente lo que convenga a las delicias de la esposa y fomente en vuestras almas el amor del Esposo, Jesucristo Señor nuestro.



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